Sobre por qué escribo y por qué nunca dejaré de hacerlo

En la mayoría de las presentaciones literarias a las que he acudido en mi pueblo siempre suele estar la misma mujer con la misma pregunta y fascinación para los escritores: ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo somos capaces de “levantarnos por la mañana y decidir escribir una historia completamente ficticia”? Cuando me tuve que enfrentar a su pregunta tengo que admitir que lo simplifiqué bastante: “¿Qué cómo lo hacemos? Pues sentándonos y escribiendo”. Se me enfadó un poco cuando le di mi respuesta, y lo entiendo. Cuando se trata de la escritura no hay nada simple. Ni siquiera sentarte delante de una hoja en blanco; ¿acaso hay algo que provoque más pavor? Pero cada escritor tiene su respuesta a su “¿Cómo?”, y todas son demasiado largas como para responder en unas pocas líneas y sin previa meditación. Yo no pretendo descubrir aquí el misterio de la mente escritora, pero puedo daros un pequeño tour en el enorme caos que para mí ha sido llegar a ser capaz de crear historias “ficticias” y por qué.

Igual sueno como una vieja, pero para entender por qué escribo debemos remontarnos a muchos años atrás. A cuando Inés era una niña asquerosilla a la que no le gustaba leer. Porque, sí, queridxs lectorxs, a esta rata de biblioteca antes de los 12 años le provocaba sarpullidos el tener que sentarse a leer; sobre todo si se trataba de libros en los que no hubiera animales como protagonistas. Lo normal es que los escritores tengan una pasión innata desde pequeños por leer… pero al parecer ese no fue mi caso. De hecho, descubrí el amor por la escritura antes que por la literatura. A raíz de un concurso literario de la escuela (al cual no sé si me nos obligaron a participar), creé mi primera obra maestra: las historias del Rey Chucky. Por aquel entonces tenía unos 8-9 años y una vez escribí la primera historieta de cómo mi perro se iba a Valladolid a hacer un examen para ver si podía ser el primer rey perruno de España – ¡olé! – no hubo quien pudiera detenerme. Empecé a escribir (y a ilustrar) un montón de aventuras del rey Chucky (hasta se fue de concierto con Amy Winehouse, no digo más). Incluso en el colegio junté a mis amigas de entonces para hacer una adaptación cinematográfica – aunque por desgracia tuvo que ser cancelada por falta de medios –. Digamos que me lo pasaba muy bien escribiendo esas historias. No podría decir cómo surgieron en mi cabeza – vete tú a buscar el sentido a la imaginación de una niña… –, pero ese solo fue el principio.

A raíz de mi obsesión con Crepúsculo empecé a escribir un montón de relatos absurdos sobre vampiros. Y luego a raíz de mi obsesión con Harry Potter reescribí por completo La Piedra Filosofal desde el punto de vista de un personaje propio – terrible fanfic – y planifiqué los seis siguientes (aunque por suerte no los escribí… no del todo). Y LUEGO A RAÍZ DE MI OBSESIÓN CON Los Juegos del Hambre escribí una novela donde todos los adultos se suicidaban y los jóvenes tenían que ocuparse del mundo (podría haber sido una historia de terror). Digamos que he tenido muchas obsesiones y que me han hecho escribir. A medida que ido leyendo más y más variedad, mi imaginación se ha ido expandiendo, pero al principio de mi etapa lectora, libro que me gustaba, libro que me pasaba no se cuántas veces releyendo e ideando historias que tuvieran la misma temática. Era casi enfermizo. También me daba mucha vergüenza hablar de ello, sobre todo porque no quería que nadie criticara cosas que eran como pilares de mi vida. No quería que nadie me jodiera mis fantasías porque la mayor parte del tiempo sentía que eran lo mejor y lo más real que tenía.

En mi casa desde pequeña me dijeron que lo que pasaba en casa se quedaba en casa. Un dicho que hoy en día odio con todo mi ser y que intento cumplir lo menos posible. Cuando creces en una familia disfuncional y te cierran las puertas al exterior, al final creces pensando que lo que estás viviendo es normal y que debes aceptarlo como todo a lo que puedes aspirar. A veces todavía me cuesta tragarme el hecho de que hay parejas, matrimonios, que siguen cumpliendo años juntos y que se aman y se respetan y que si tienen discusiones lo hablan e intentan buscarle una solución en vez de encerrarse en bucles infinitos de rencor y resentimiento. A veces me cuesta asimilar que no es normal que una familia no vaya junta a disfrutar de vacaciones o a algún lado, como si es al cine, sin que se monte un drama o que alguien acabe llorando. A veces me cuesta creer muchas cosas que no debería costarme aceptar. Y no soy psicóloga, pero creo que todo eso, toda la mierda que he visto y que me han obligado a normalizar, me ha puesto un lápiz en la mano (o más bien un teclado, que no soy TAN vieja). Lo que no podía exteriorizar como vivencias mías lo reflejaba en mis textos de alguna forma. Para mí escribir ha sido vital. A veces lo he asociado como una terapia, una forma de desconectar del mundo… pero ¿habéis visto lo que escribo? Yo no desconecto del mundo. Yo despedazo al mundo.

Como algunxs sabéis, empecé a escribir Hope, mi primera novela publicada, a raíz de la desaparición de mi perra Linda (siempre he encontrado hermoso y casi una señal del destino que mi primera novela en publicarse tratara sobre uno de mis perros cuando lo primero que escribí también era sobre uno de mis perros – porque ya no he vuelto a escribir más historias de perros entre medias; estaba demasiado ocupada con vampiros y magos). El año que siguió a su desaparición fue el peor de mi vida. No solo me habían robado/matado a un ser que era pura luz en mi vida, sino que en los meses que prosiguieron también perdí a mi bisabuelo, a Manchitas (una gata que llevaba con nosotros igual más de 12 años) y a mi abuela materna. Tampoco ayudaba que estuviera en mi primer año de universidad, lejos del único lugar y gente que había conocido. Estaba hecha una mierda, sintiendo un vacío que solo se hacía más y más grande mientras era incapaz de estudiar o incluso de acudir a clase porque la mayoría de los días lo único que hacía era llorar. Nada de esto se lo dije a nadie en su momento. Si alguien veía que estaba mal me decían que ya se me pasaría. Pero mientras los demás seguían con sus vidas, yo no podía avanzar ni encontrar un fin para mi sufrimiento. Estaba deprimida. Quería morirme. Y escribir fue lo mejor que pude hacer.

[Aviso de que en el siguiente párrafo hay spoilers de Hope]

Hope es un libro muy jodido. Es un libro lleno de mierda. Cuando le decía a la gente el título de libro, todos los que no tenían ni idea de lo que me había pasado decían: “Oh, que bonito, esperanza, con lo necesaria que es hoy en día”. Y yo les sonreía rara sin saber cómo decirles que si hay esperanza en el libro es para matarla. Lo más luminoso que hay en Hope es Tom, y ni siquiera Tom se libra de mancharse de mierda. Sin darme cuenta, empecé a volcar tanto de mí, tanto que había reprimido durante tanto tiempo gracias a la maravillosa lección de que lo que pasa en casa se queda en casa, que cuando lo terminé sentí que al fin estaba limpia. Había escupido a mi pueblo en la cara al igual que mi pueblo llevaba escupiendo sobre mí desde que nací, y qué a gusto me quedé. Ahí estaban los cadáveres de las decenas de gatos que me encontré caminando por el pinar cuando era una niña. Ahí estaban todos los galgos malnutridos, maltratados y malheridos con los que me había cruzado en las calles de mi pueblo (y con los que me sigo cruzando). Ahí estaba mi difunta abuela, negándose a tomarse su medicación porque sentía bien; hasta que tuvo un ictus por no tomarse su medicación y murió. Ahí estaba el asesino que mató junto con dos colegas a un anciano en su casa, pegándole una paliza hasta que sufrió un infarto, solo para robarle, y que luego se dedicaba a masturbarse en los parques delante de los niños y a provocar peleas en un estado de embriaguez intermitente. Ahí estaban todos los niños que por ser “solo niños” se dedicaban a perseguirnos, insultarnos, humillarnos, pegarnos y tirarnos piedras a mí y a mis amigas sin ninguna razón. Ahí estaban todos los que durante los años que vivimos con Linda nos insultaban por las calles por osar a tener un galgo y no usarlo como una herramienta. Ahí estaba Linda. Ahí estaba mi perro Wolfo, a quien también nos robaron/mataron dos años más tarde. Ahí estaba mi familia. Ahí estaba yo.

[Fin de los spoilers]

En definitiva, lo que me motivó a escribir Hope fue dolor. Un dolor indescriptible que no quiero volver a sentir jamás. No fue despertarme un día y saber que quería escribir tal historia. Fue vivirla. Fue ver tanto sufrimiento y violencia y no conocer su final. Para mí fue como gritar: liberador, desgarrador, resonante y el comienzo de un diálogo.

Luego (o más bien antes) llegó Noroi. Eso sí que no fue levantarme un día y decidir que quería escribir sobre una princesa a la que matan de hambre, un inmigrante que está cansado de la humanidad y una guerrera con complejo de Gojo Satoru. Más bien fue como escribir un borrador tras otro, revisitando una y otra vez a Kayla y a Floyd, conociendo decenas de mundos que no sobrevivían al proceso de edición. Ahora que ha pasado tanto tiempo me parece increíble que llevemos juntos tantos años (entre 9-10). Podría decirse que nacieron de una mezcla entre mi obsesión de aquel momento (Divergente) y el hecho de que empecé a ser vegetariana y a todo el mundo le parecía una mala idea. No sé si a otros vegetarianos/veganos les habrá pasado – o simplemente que a mí siempre me han dado mucho la tabarra con la comida porque al tener una complexión delgada al parecer cierta gente se ha querido montar en la cabeza la tontería de que soy anoréxica/bulímica (que no lo soy ni nunca he estado ni cerca de serlo) – pero cuando tomé la decisión de dejar de comer carne no les faltó tiempo a la gente de mi alrededor para lanzarme bromitas absurdas, comentarios innecesarios e información falsa sobre mi nuevo tipo de alimentación. Una de las cosas que me repetían era que si había dejado de comer animales porque me daban pena (nunca he dicho que me den pena los animales; lo que me da es muchísima rabia e impotencia la forma en la que les trata para llegar a los platos), ¿por qué comía verduras si las plantas también tienen sentimientos? No sé si se daban cuenta de que con ese planteamiento sí que podrían haberme generado un problema alimenticio; suerte que no me la podía soplar menos. El caso es que con toda esa mierda rondándome, visualicé un mundo donde las plantas tuvieran que ser cazadas para alimentar a la población, y que fueran muy agresivas. Ahí es donde Kayla nació, adentrándose en un bosque con sus amigos para probar su valía y soñando con alistarse en el ejército – el cual se dedicaba más que nada a cazar árboles –, donde Floyd, un brutal entrenador, le partiría el culo a base de flexiones (las vueltas que da la vida, ¿eh, Fluffy?). En el Noroi definitivo las plantas solo se mueven un poco por influencia de la habilidad especial de Floyd, pero no hace falta cazarlas para sobrevivir; aunque la idea de una nación de veganos ha pervivido (al igual que todos los protagonistas que escribo son veganos 😌).

Qué me motivó a seguir escribiendo cada verano una historia diferente con los mismos personajes (o con la esencia de Kayla y Floyd) cada verano, llegando a escribir varios libros que desechaba sin miramientos, solo puedo explicarlo de una forma: Me enamoré de Kayla y Floyd. Desde ese primer encuentro seguí escuchándoles en mi cabeza, viéndoles hacer todo tipo de cosas, y a través de todas las aventuras que hemos vivido mi cariño por ellos solo ha ido en aumento. Quería escribir la historia perfecta para ellos. Un mundo donde verdaderamente se pudieran desarrollar como merecían. Antes de escribir Noroi, escribí dentro de este panorama lo que ahora en mi cabeza es el quinto libro de la saga. No voy a hacer spoiler… pero digamos que Kayla y Floyd ya eran más adultos. Cuando leí la saga de los Vatídico de Robin Hobb (mi obsesión más reciente) comprendí que la historia de mis chicos también empezaba mucho antes, cuando eran unos jóvenes adolescentes. La historia que estoy narrando ahora eran conversaciones que los personajes tenían, contando sus pasados y enfrentándose a los miedos que esos años habían dejado en ellos. Y, sinceramente, ahora mismo no puedo concebir la historia sin empezar por Noroi. Finalmente he llegado a mi mundo, a mi Ar Saoghal, y podría decirse que ha sido una mezcla de obsesiones, amistades, reflexiones, madurez y, cómo no, un fuerte deseo de poder aportar algo a ciertas conversaciones (o varias). Mi motivación escribiendo a Kayla y a Floyd siempre fue contar una historia que no deje a nadie indiferente, que hable sobre la humanidad como pocos lo hayan hecho antes. Ojalá cuando termine el último libro, dentro de muchos años, pueda sentir un poquito que así ha sido.

Cada uno tiene sus razones para escribir. Para mí es una forma de hablar sobre mi realidad, mis pensamientos, mis miedos, mis avances, protegida siempre por el velo de la ficción, y ver cómo otras personas, con otras historias completamente diferentes a las mías, pueden entenderlo e incluso identificarse. A veces escribo con la esperanza de crear un mundo en el que las cosas que denuncio – o las que muestro como algo normal – puedan cambiar en nuestra realidad. A veces escribo porque siento que mis personajes son los únicos a los que puedo aguantar, y viceversa. A veces escribo porque otra obra me obsesiona tanto que quiero replicar el sentimiento tan intenso y único que me ha provocado.  A veces escribo aunque me corroa la duda de si no estoy dedicándole demasiado tiempo a algo que no me va a dar de comer. A veces escribo por hábito, porque así me siento humana o porque así puedo hacer daño a quien me lo ha hecho sin que haya repercusiones legales. Las motivaciones nunca faltan. A lo largo de los años (porque a lo tonto ya llevo más de media vida escribiendo), he tejido mil razones por las que no dejo de teclear.

Así que, señora que siempre hace la misma pregunta sobre el cómo del escritor… sí, podría decirse que simplemente me siento y me pongo a escribir.

Una y otra y otra y otra y otra y otra y otra……. vez.


Pd. Y aquí una foto de la michina para alegrar el día: 



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