¿Por qué estoy republicando Hope?
La recaudación de fondos para autopublicar la reedición de Hope ya está en marcha. Y, ahora más que nunca, me encuentro en la necesidad de contar con detalle la historia de la primera publicación de esta novela, en el lejano 2021.
Si habéis estado por aquí un tiempo, os habréis dado cuenta de que no hablo con ningún cariño de la primera (y única) editorial con la que he trabajado, con la que publiqué Hope. En esta entrada, me dispongo a contaros la experiencia que tuve, y por qué he estado 3 años esperando con ansia que el contrato que firmé con ellos expirara para poder dar a mi novela los cuidados que se merecía desde el primer momento.
La autora Nov[ata]el
Hope no fue la primera novela que terminé, pero sí fue la primera que necesitaba publicar. Había estado escribiéndola (y reescribiéndola) durante años y sentía que ya estaba preparada para dar el siguiente paso. Un paso que no me veía capaz de dar sola. Había leído un par de libros de autopublicados y, sinceramente, me habían parecido de pésima calidad. No quería que mi libro se juntara con algo así. No. Yo quería el respaldo de una editorial. Que profesionales evaluaran mi obra y consideraran que merecía la pena apostar por ella. Que me ayudaran a pulirla, a quitarle las erratas que no sabía ver a pesar de todas mis relecturas y a convertirlo en una obra de calidad. Qué decir que por aquel entonces no se me ocurría que existieran editoriales cuya profesionalidad estuviera perdida en algún punto remoto de su víscera cular.
Me daba miedo acercarme a las editoriales. Por aquel entonces me daba miedo hasta escribir un comentario por instagram (aunque fuera una minucia de comentario). La ansiedad social me tenía bien agarrada, pero tenía que hacer el esfuerzo. Ser escritora era mi sueño. Y si yo no luchaba por él, nadie lo iba a hacer por mí. Así que empecé a recopilar contactos de editoriales que aceptaban manuscritos. Instagram y sus anuncios fueron una gran fuente de estos. Hice una pequeña criba para saber en cuales Hope no encajaría ni con cola, y un sábado en el que me arrinconé a mí misma envié propuestas y el manuscrito a 9 editoriales.
Como ya había probado a enviarselo a las grandes silenciosas, no esperaba una respuesta pronto. Sin embargo, el mismo lunes que siguió a ese fin de semana, recibí de una editorial un formulario. En él me hacían preguntas sobre mis expectativas con la editorial, más datos sobre la obra, qué haría para promocionarla, etc. Lo rellené con emoción y lo envié tan rápido como me permitió la ansiedad. De nuevo, en cuanto lo envié, me mentalicé con que no volvería a saber de esa editorial en meses (si es que volvía a saber algo en absoluto). Una vez más, me equivoqué.
Dos días más tarde, recibí una llamada por parte de la directora de esa editorial. Me ofrecía un contrato para publicar la obra. Decía que les había gustado y que querían apostar por ella (recordemos que les había enviado un manuscrito de unas 200.000 palabras el sábado, y estábamos a miércoles).
A la joven ingenua de Inés le pareció genial. ¡Adelante con ello! Yo, que siempre me avergonzaba a la hora de admitir que era escritora, de pronto me sentí con el derecho de decirlo sin miedo. Porque una editorial iba a apostar por mi trabajo y me iban a publicar. Una editorial tradicional: sin que yo tuviera que aportar nada de dinero.
Durante esa primera llamada, la directora ya me dejó claro que yo tendría que ponerme a buscar sitios para hacer presentaciones y así vender libros. Me preguntó si me veía capaz de vender 50 copias del libro de forma directa, lo cual era lo mínimo que tenían que vender para cubrir los costes de publicación. Yo, en mi delirio, le dije que sí (aun cuando no sabía ni cuánto iba a costar el libro y no me podía hacer ni una idea de cuántos son CINCUENTA LIBROS). Estaba en una nube. Pensaba que estaba cumpliendo mi sueño. Que publicaría mi obra con profesionalidad.
Qué poco me duró el sueño.
La caída
Admito que les di el beneficio de la duda durante bastante tiempo. Quería confiar. Quería creer que todo iba a salir bien. Y es en momentos como estos en los que la vida te demuestra que la confianza da asco.
Aunque la directora quería que firmara el contrato a la de ya con nuestra primera llamada, le pedí tiempo por si había más editoriales que estuvieran interesadas. Como se lo había enviado a 9 de golpe, quería saber si tenía opciones para elegir. Ellos me dejaron 2 semanas. En esas dos semanas solo me llegaron un par de formularios exactamente iguales de otras dos editoriales. Hice un copia y pega y los envié de vuelta, pero en el tiempo que me quedaba para firmar el contrato no me hicieron más ofertas. Y, por miedo a que nadie más se interesara por publicar mi obra, terminé firmando con los primeros que me habían contactado. Escribí a todas las editoriales a las que había contactado para decirles que ya había firmado un contrato, para que ya no tuvieran mi obra en cuenta. Las dos editoriales que me habían enviado esos formularios igualitos me respondieron deseándome suerte y asegurándome que con la editorial con la que había firmado estaba "en buenas manos".
Entre estafadores, parece ser, se comen bien el culo.
En cuanto envié el contrato, me dejaron una semana para que le diera una última vuelta al manuscrito antes de que el "corrector" se pusiera a pulirlo ortotipográficamente (me dijeron). Yo me lo tomé en serio y me centré en lo narrativo. Al poco de enviárselo de vuelta, no tardaron mucho en enviarme la maqueta montada. Con un simple vistazo, me di cuenta de errores de maquetación, como que había textos aparte (notas, mensajes, citas) que los habían metido de forma extraña o completamente plana con el resto de la narración. Se lo hice notar al maquetador (y, supuestamente, corrector) y cambió todo lo que le dije (y nada más). Debido al cansancio y lo rápido que estaba yendo todo, no me puse a releer la novela maquetada para asegurarme de que le habían corregido las erratas. Me confié, sobre todo por que al mismo tiempo estaba empezando una pelea por la portada. Una pelea que me hizo darme cuenta de que la gente con la que estaba tratando era una incompetente y, su directora, una puta mentirosa.
La primera propuesta de portada que me lanzaron era un cachorrito de galgo con la mirada luminosa por una chuche fuera de cámara, con el fondo blanco y el título en verde. Como si el libro realmente fuera "esperanzador". Les dije que no, que no la aceptaba. La directora me llamó. Me contó que tenían otras opciones, como la foto de una mujer en medio de una multitud. Ahí es cuando me empecé a cabrear. Porque me dejó clarísimo que no se habían leído del libro más que las cuatro líneas que les había escrito en el formulario.
La protagonista de Hope (le expliqué) es una mujer sin rostro, cuerpo o nombre. Me había esforzado en que en ningún momento de la novela se dijera absolutamente nada físico de ella que no se pudiera aplicar a cualquier cuerpo (corte de pelo, heridas, cicatrices, etc.). Si me plantaban una imagen de una mujer en la puta portada, todo mi trabajo se iba a ir a la mierda. Así que no, tampoco era una opción.
Habían tirado más por la portada del cachorro porque yo les había propuesto una foto de mi Linda, la perra en la que se basa Hope. Pero ellos decían que no podían usar la foto (a pesar de tener bastante calidad) porque en la fotografía no se le veía un trocito de cabeza. En medio de esta discusión, yo me encontraba en la casa de una de mis primas, quien más tarde se convertiría en la portadista de Noroi y Helhest, Kali_kariumu. Al explicarle la situación, ella, como ilustradora digital, se indignó de que se negaran a usar la fotografía por algo que tenía tan fácil solución. Tan fácil como que cogió la fotografía y en ese mismo momento se puso a retocarla para completar ese trocito tan problemático. En cuanto lo terminó, se lo envié de vuelta a la editorial. Ellos siguieron diciendo que era muy oscura, que no iba a verse bien, que no podían usarla. Así que lo descartaban. Estabamos de nuevo en la casilla de salida.
Siguieron enviándome propuestas de portada, cada cual más cutre que la anterior. Que si pegotes de sangre, que si tonos sepia... Me negaba a aceptar nada de eso. La directora volvió a llamarme. La "diseñadora" estaba cabreada conmigo por no aceptar su mierda. Y ellos estaban también mosca porque estaba "retrasando" el proceso de publicación (hacía un mes escaso que había firmado el contrato con ellos). Así que me hizo la jugada final. Me dijo que, si no estaba satisfecha con lo que la "diseñadora" tenía que ofrecer (fotos de stock mal editadas), que contratara yo a un ilustrador. Que ellos habían trabajado con uno y que si me convencía, que lo contratara. Vi su perfil y me pareció decente (en mi ingenuidad e ignorancia). Así que le pagué 60 euros y le di la foto retocada por mi prima para que me hiciera un retrato en buena calidad de la fotografía de mi perra. El dinero se lo di directamente a él, pero el contacto era siempre a través de la directora de la editorial. Supuestamente, también le estaba pagando un "plus" para que lo hiciera rápido. Y, según la directora, se tiró "todo un día" para hacer la portada. Resultado: un retrato de mi perra en estilo acrílico.
Le pedí si podía añadir una cicatriz a lo largo del hocico, como tiene Hope en la novela. Me mandó el resultado, que era como si yo hubiera cogido el Paint y hubiera pegado un churro bajo el ojo (ni siquiera sabía leer, al parecer), así que decidí dejar las cosas en paz y quedarme con el retrato inicial. Después de todo, estaba satisfecha con el resultado. No me parecía cutre, aunque había acabado quemada por todo este tema.
Mi prima, seguramente pensando que ya había tenido suficientes disgustos, guardó silencio en un aspecto crucial en el que yo no había caído. Más adelante, cuando Hope ya estaba publicado, me lo confesó: el "ilustrador" había cogido su versión retocada de la fotografía de mi perra, le había pasado un filtro de Photoshop, le había puesto un fondo del propio programa y ya está. Había pagado a un tío 60 euros para que se atribuyera el mérito de mi foto y del retoque que había hecho mi prima. Y encima le había estado agradecida.
Hay pocas cosas que me sienten peor que los putos mentirosos. De verdad. Qué asco de estafadores.
Y seguimos cayendo...
Después de tener la portada robada, la editorial no tardó mucho más en enviar el libro a imprenta. Mientras esperaba, estaba siguiendo uno de los consejos de la directora de los cojones: hacer contacto con otros autores de la editorial. En una librería de mi pueblo, pedí un libro que les tardó más de un mes en llegar. Directamente de la página de la editorial, compré otros tres.
El primero hizo que me lloraran los ojos. Erratas por todos lados, una maquetación penosa, una narración infumable... No pasé de las 5 páginas (gracias a la persona de Wallapop que me lo recompró... y lo siento). Uno de ellos no estaba tan mal, aunque, viendo lo visto, supe que todo lo bueno que tenía era por parte del autor, no de la editorial. Los otros dos apenas pude terminarlos: una narrativa infumable, erratas, maquetación desastrosa... Así es como me enteré de que sus correcciones "ortotipográficas" también eran mentira. No tenían ninguna vergüenza por publicar cualquier cosa de cualquier manera.
Cuando tuve mi propia copia de Hope, me lo releí y encontré un montón de erratas (tanto mías como las del "corrector/maquetador"). Se lo hice saber a la directora para que las corrigieran para futuras impresiones. Ella, la gran mentirosa, se hizo la sorprendida de que hubiera erratas (como si la única corrección que habían hecho no hubiera sido la del diccionario de Word), contestando que eso quedaba muy mal y que lo arreglarían. Más adelante, cuando mi madre se fue leyendo el libro y me indicó nuevas erratas que a mí se me habían escapado y volví a enviárselas, la directora me respondió que dejara de enviarle erratas, que no iban a estar corrigiendolo todo el tiempo. Como si fuera culpa mía que hubierra errores.
Entre todo esto, yo ya tenía esas 50 copias de Hope en mi casa, embutidas en mi dormitorio. Al coger el primer libro impreso, noté con amargura que mi emoción inicial se había fundido en un perpetuo estado de desconfianza. Sí, me alegraba de tenerlo en mis manos, ¡mi primer bebé literario!, pero no era como había esperado. El proceso me había jodido las expectativas (y eso que todavía no sabía lo de la estafa de la portada) y, por mi parte, tampoco había sabido conectar con la comunidad lectora.
Por un lado, nunca he tenido amigos y, por otro, hasta que firmé el contrato solo usaba mis redes sociales para hacer activismo medioambiental. Había intentado redireccionarlas para convertir mi cuenta personal en una de autora... y los intentos eran... ejem... patéticos. Eso sí: enseguida fui a la biblioteca de mi pueblo y concertamos una presentación para Hope (la directora me insistió mucho en que tenía que ser antes de las fiestas de Navidad, por tema económico). Y es que tenía 50 libros gruesos como ellos solos que costaban unos 21-22 euros cada uno, sobre un tema complicado de vender (no es que la depresión calara muy bien después de una pandemia... o en ningún momento), con una autora conocida por nadie. No tenía ni idea de cómo deshacerme de ellos, así que antes de que pasara la primera semana, la directora de la editorial me llamó. Me dijo que no se estaba vendiendo mi libro. Que tenía que hacer algo. Que me llevara siempre una copia de mis libros encima para venderlo por ahí. Que no estaba cumpliendo con mi parte. Su tono, os lo juro, era tan puto ofensivo, que estaba llorando antes de colgar la llamada. Estaba estresada, agobiada y completamente perdida, y esa puerca no hizo otra cosa que destrozar lo poco que me quedaba de ánimo ante la publicación. Me hizo sentir como una puta fracasada.
Esa llamada, para mí, fue un punto de no retorno. Entre presentaciones, conseguí vender los 50 libros de Hope. Todo el dinero integro de los libros tenía que enviárselo por transferencia a la editorial. Dos veces al año, ellos harían recopilación, me darían datos y me harían la tranferencia del 10% (ventas indirectas) o 15% (ventas directas) de cada venta de libros, restándole también el IVA. Es decir: que no cobraba una mierda. No recuerdo cuántas copias de Hope vendí, pero sí que pedí otro par de tandas de unos 20 libros cada una. Y, cuando ya no había forma de que vendiera más, me quedé con algunos de reserva. Por ello, cada mes la editorial me enviaba un mensajito diciéndome que tenía que pagar los libros que tuviera. Les respondí la primera vez diciéndoles que, aunque tenía libros, nadie me los había comprado, así que no podía pagarles nada. Su respuesta: ese era un mensaje estandar que enviaban a todos los autores que teníamos libros en casa, como recordatorio. Es decir, era el toque en la puerta de los cobradores de morosos. Sin presiones.
Pasado el primer año y, sobre todo, cuando supe la estafa de la portada, me negué a seguir vendiendo el libro. No me esforzaba por hacer promoción. No quería vender ni un libro de Hope. No quería darles dinero a esos cabrones a raíz de mi trabajo. Ellos no estaban haciéndo absolutamente nada para vender mi libro, así que yo tampoco iba a hacer nada por ellos.
Oh, bueno, miento. Sí que hicieron algo. Me concertaron una entrevista con un presentador de radio gordófobo y homófobo. Ah, también en mi primer año, me invitaron a la feria del libro de Sevilla (que es donde tienen la editorial). Obviamente, no fui. Porque vivo en un pueblito de Valladolid, vaya. No me invitaron a otras ferias ni me dijeron que podía ir a otras más cercanas. No me dieron ningún tipo de instrucción o consejos más allá de "en las presentaciones tienes que sentarte con gente importante" (wtf) y ese brutal "tienes que hacer algo". Así que, en cuanto me libré de todos libros que tenía a mi cargo, mi relación con la editorial se convirtió en un matrimonio muerto, de los que no recurren al divorcio porque están esperando a que uno la palme para evitarse el papeleo, pero duermen en habitaciones separadas.
Moraleja
Como decía mi padre cada vez que le contaba algo de toda esta experiencia: "que bueno que te estén dando de palos, así aprendes" (yo también te quiero, papá (?)). Y es que aprender, aprendí un porrón. De editoriales pirata, de correcciones, de maquetación, de ilustración, de marketing, de contactos, de redes sociales y, lo mejor de todo, de autopublicación. Porque, cuando vi que no podía juntarme con los autorxs de mi misma editorial por dignidad, me junté con otrxs autorxs pequeñitxs y que tenían bastante más mérito y talento: lxs autopublicadxs.
Empecé a tratar con gente que publicaba sus propias obras, que contrataban a portadistas, que compartían sus éxitos y errores, que estaban ahí para sus lectorxs y que sabían lo que querían. Y, la verdad, me enamoré de esa libertad e (irónicamente) de ese control. Hablando con autopublicadas, me di cuenta de que los esfuerzos por ser vistas eran exactamente los mismos, pero mientras que yo intentaba vender un libro para que otros se llevaran la mayor parte del beneficio, ellas controlaban todos los números y se llevaban gran parte del beneficio (para cubrir los gastos, pero tenían todo el control sobre ello). No tenían que discutir con nadie porque quisieran imponerles una portada cutre ni tenían que aguantarse con un precio abusivo. Obviamente, también hay gente que se intenta aprovechar de los autopublicados con correcciones falsas, portadas de IA o maquetas autogeneradas (como las que hacía la editorial). Pero lo bonito de lxs autopublicadxs es que la mayoría estamos abiertxs a compartir nuestras experiencias y, si alguien ha jodido a alguien, nos enteramos y no caemos en la misma piedra.
Mi entrada al mundo de la publicación no fue el que soñé: rara vez es así. Recibí suficientes palos como para desconfiar bastante de toda editorial y, aunque no estoy cerrada por completo a ciertas editoriales que sé que trabajan bien y con calidad (de verdad de la buena), estoy muy a gusto en la autopublicación. Sí, sé que el mundo de la autopublicación es complejo. Como si no fuera suficiente la gente que se llama "escritor" a la mínima, sin ningún grado de autocrítica, ahora la IA lo está inundando todo bajo nombres de gente que tienen la cara tan larga que podrían abrir puentes interplantarios. Pero aquí también hay hueco para la gente a la que le encanta cuidar de los detalles y de sus lectorxs. Hay hueco para la gente que tiene talento pero que no va a ser una mina de oro para una editorial (o sí, pero están tan saturados publicando libros virales o de influencers que no dan de sí).
Tras casi 4 años, me siento muy orgullosa de mí misma por haber sido capaz de dar un primer paso. Por no haber renunciado a volver a publicar después de una mala experencia. Por estar cada vez más cerca de ser la autora que siempre quise ser: una que da calidad a sus lectorxs, sin importar si tiene o no una editorial detrás.
Hoy estoy de nuevo a un solo paso de volver a publicar Hope, una obra que es tan especial para mí, y de librarla de la mala experiencia por la que unos cuantos sinvergüenzas nos hicieron pasar. Con una portada de verdad, ilustrada por un profesional. Con una corrección de verdad, revisada por una profesional. Y con esas genuinas ganas de tomarlo entre mis manos y abrazarlo porque, una vez más, lo hemos conseguido.
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